Cuando enfrentamos una enfermedad, un trastorno o cualquier tipo de dificultad, a menudo descubrimos que tras el problema subyacen contextos y aspectos de nuestra vida que no hemos logrado aceptar. A veces, esa resistencia a aceptar es, en realidad, el mayor obstáculo que enfrentamos. Enfrentarse a uno mismo en estos casos puede ser un desafío profundo, pero también una oportunidad de transformación.
La aceptación no significa resignarse sin luchar, sino reconocer las circunstancias tal como son, incluso si no nos agradan. Rendirse a la realidad, en el sentido de abrazarla con honestidad, es el primer y más poderoso paso hacia el avance. Nos libera del agotador combate contra lo que no podemos controlar y nos permite enfocar nuestra energía en lo que sí está a nuestro alcance.
Luchar contra la adversidad es parte de nuestra naturaleza, pero cuando se trata de situaciones que no podemos cambiar, persistir en esa lucha puede intensificar nuestro sufrimiento. Aceptar lo que es no implica renunciar a la esperanza, sino encontrar la paz en medio de la tormenta para poder actuar desde un lugar de fortaleza y claridad
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